miércoles, 19 de noviembre de 2008

A la sombra de la abadía de Sint Sixtus (final)

(Continua de aquí)

El famoso Claustrum resultó no ser otra cosa que una pequeña sala con unas pocas fotos en blanco y negro de los monjes "in labore" y una pantalla donde se reproducía un vídeo en el que se podían ver escenas de la vida cotidiana en el monasterio. Al interrogar al amable encargado de aquel pequeño museo, me dijo que aquello era todo lo cerca que iba a estar del monasterio...

Sobre una pequeña maqueta me señaló el sitio donde se encontraba la brewery y me explicó un poco de la historia de aquel monasterio, que las naves originales habían sido derribadas y que la cervecería ocupaba actualmente las naves que formaban la esquina posterior del monasterio que es donde se elabora hoy en día la cerveza. Y aquello era todo. Aquello y la enorme cafetería. No me lo podía creer.

Al ver mi cara de estupefacción, aquel amable señor me comentó que existía una ruta de unos 7 kilómetros que rodeaba completamente el monasterio, eso si manteniéndose siempre del lado exterior del grueso muro de dos metros y medio que impedía cualquier visión del interior.


Atónito abandoné el Clautrum y me dirigí a la cafetería. Por suerte el clima nos acompañaba y la cafetería dispone de una amplia terraza exterior, hacia ella nos dirigimos para ocupar una mesa y acto seguido pedir unas Blondes que harían que se nos pasase el susto.


Aquella sensacional cerveza y la certeza de que lo mejor estaba aun por llegar fue cambiando rápidamente mi mal humor por un estado de bienestar... No había visita cultural, no había monjes ni cervecería que visitar, no había fotos para el blog, pero teníamos entre las manos una magnífica cerveza y al fin y al cabo a eso era a lo que habíamos venido.


Tras unas cuantas cervezas degustadas con tranquilidad (por suerte el horario de la cervecería es mucho más permisivo que el de los monjes y no cierra hasta las 10 de la noche) me dirigí hacia la tienda donde se pueden comprar directamente las cervezas. Se trata de una pequeña tienda típica de souvenirs donde una muy amable chica me mostró los productos típicos que además de cerveza elaboran los monjes trapenses: quesos, mermeladas, pates, etc.
Aquí me esperaba una última desilusión: no quedaba cerveza a la venta. La razón que me dio la amable señorita era que los monjes elaboran una cantidad limitada y que la mayor parte de ella se consume en el restaurante (eso sí, a un precio por botella de aproximadamente el triple de lo que sale comprando por cajas), así que solo cuando la cafetería no consumía la totalidad de la producción se podía comprar la cervezas por cajas a un precio mucho más razonable. La chica se ofreció a quedarse con mi número de teléfono y a avisarme en cuanto tuvieran nuevamente cerveza a la venta.

Por suerte todavía quedaba tarde, y la cerveza en la cafetería no faltaba, así que compré un queso y una copa de Westvleteren y volví a ocupar mi mesa en la terraza dispuesto a llevarme puesta toda la cantidad de poción mágica que pudiese resistir.

2 comentarios:

fivixx dijo...

Es lo que tienen los conventos de clausura...
Por mucho que te quejes piensa que te pudo pasar como a nosotros e ir el dia en que todo estaba cerrado, incluido el bar. Te tengo envidia.

Iker M. dijo...

Bueno, ya me quedo más tranquilo, y veo que no me perdi nada por no ver el famoso claustrum. Además, con mi inglés, no me habría podido comunicar ni con el monje.
De lo que sí me alegro, es de la suerte que tuve el día que estuve, ya que conseguí comprar dos packs de 6 cada uno, aunque solo se pudieran comprar 6 por persona ( es lo que tiene el cambio de turno, que no saben quien ha comprado y quien no, jeje). Espero que los monjes no me castiguen!!!!